Presencia romana 
El descubrimiento de un importante puerto romano en Irún,
  antigua Oiasso, ha ampliado el horizonte de la historia marítima
  vasca. Todos los datos indican que la fundación del
  asentamiento romano de Oiasso responde al carácter estratégico
  del lugar y a los yacimientos minerales del entorno.
  En este punto existe un paso natural que permite superar por
  el litoral la barrera montañosa de los Pirineos, y en las inmediaciones
  se han reconocido kilómetros de explotaciones
  mineras romanas dedicadas a la extracción de minerales de
  plata, cobre y hierro.
  Los primeros datos de la colonización romana se fechan a
  finales del siglo I a. de C. dando paso a una etapa de crecimiento
  dinámico que, a partir del período Flavio y, sobre
  to-do, a finales del siglo I de nuestra Era, adquiere su máxima
  ex-presión. Esta fase de apogeo está estrechamente ligada a la construcción de muelles, varaderos, diques y almacenes de
  un puerto de importancia regional que se mantendrá muy
  activo por lo menos hasta finales del siglo II AD.
  El puerto de Oiasso se inscribe en la ordenación marítima del
  imperio, se encuentra en una posición equidistante de los
  puertos de Burdigala (Burdeos) y Portus Victoriae Iuliobrigensium
  (Santander), en el mismo eje del Golfo de Bizkaia.
Es difícil imaginar un puerto importante sin barcos ni astilleros.
  Sin duda, los fundadores de la ciudad de Oiasso llegaron con sus
  gremios de constructores, entre los que no faltarían maestros carpinteros
  de ribera, como ya sucedió en Nantes con la construcción
  de galeras romanas de tipo mediterráneo, por orden de Julio
  César, para combatir a los vénetos en las costas que hoy conocemos
  como bretonas. Es lógico pensar que los astilleros que necesariamente
  albergara Oiasso estarían nutridos de mano de obra
  autóctona, al igual que las tripulaciones de sus naves. © José Lopez
 
Es muy probable que el origen de la técnica constructiva de los
  cascos a tingladillo esté asociado a las canoas monoxilas. Éstas, limitadas
  por el tamaño del tronco, pudieron desarrollarse con la
  aplicación de tablas solapadas a sus costados. Si bien esta técnica
  difiere tecnológicamente del sistema de espiga, comparte con él el
  concepto de elaboración del casco empezando también por el forro.
  Esta similitud conceptual podría haber propiciado la construcción
  de barcos a tingladillo de línea romana en nuestro litoral. © José Lopez
 
Esquema que muestra la hipotética evolución de la técnica
  constructiva romana hacia la técnica atlántica del tingladillo. Las
  gruesas tablas de los barcos romanos se unen a las ya montadas sin
  apoyarse sobre un armazón previo, formando el casco a medida
  que se añaden más tablas. Éstas se unen entre sí mediante espigas
  insertadas en ranuras distribuidas a lo largo de los cantos, exigiendo
  un minucioso trabajo de carpintería para obtener un encaje perfecto
  que finalmente será reforzado con piezas estructurales internas.  © José Lopez
Restos de entramado del muelle, puerto romano de Oiasso. © José Lopez 
 
Mazo encontrado en el puerto romano de Oiasso, asociado a
  labores de construcción naval según otras piezas existentes en Londres y Ostia. © José Lopez
En las excavaciones arqueológicas realizadas por el equipo de
  Arkeolan en la mina grande de Arditurri (Arditurri 20) de Oiartzun
  en el año 2008, se han descubierto importantes testimonios de trabajos
  romanos. Destacan las labores de beneficio del filón, encaminadas
  a la obtención de minerales de plata. Las galerías se abrieron
  siguiendo el método de torrefacción que consistía en quemar grandes
  cantidades de madera junto a las paredes de roca para, una vez
  reblandecida por efecto del calor, extraerla con mayor facilidad. Los
  mineros romanos se valieron de lámparas de aceite –lucernas– para
  iluminar los trabajos del subsuelo; al ser de barro, era frecuente que
  se rompieran y que sus fragmentos quedaran en el interior de las
  minas. Éste de la imagen, presenta una embarcación de remos, con
  una alta popa. La parte de la proa ha desaparecido y con ella los
  indicios que nos permitirían determinar si era una nave de guerra.
  Los barcos de la armada romana llevaban un espolón metálico,
  rostrum, con el que embestir a los enemigos. (Mertxe Urteaga). © José Lopez
 
El contexto atlántico del imperio de Occidente, con los puertos
  romanos de Portus Victoriae Iuliobrigensium (Santander), Oiasso
  (Irún), Burdigala (Burdeos), Gesoriacum (Boulogne-sur-mer), base
  de la flota romana del Atlántico, Condevicnum o Portus Namnetum
  (Nantes) y Londinium (Londres). © José Lopez
Barco mercante romano. Un aspecto de suma importancia es la
  adecuada adaptación de las embarcaciones romanas de origen mediterráneo
  a las características del Golfo de Bizkaia, que muy probablemente
  derivaría en una nueva tipología naval. Los romanos
  en-contraron en nuestro litoral diferentes condiciones de navegación
  de las que estaban acostumbrados, como el régimen de
  mareas, las olas del Atlántico, la existencia de barras y los vientos
  dominantes. Por otro lado, también eran diferentes los materiales de
  construcción y las técnicas artesanales locales, propiciando una
  simbiosis que mar-caría el inicio de la evolución en las técnicas de
  construcción naval.. © José Lopez 
 
Estos barcos son reconstrucciones de los hallados en exca-vaciones
  del contexto atlántico en el río Támesis, Inglaterra. © José Lopez