Navíos. Siglo XVIII
El navío era el barco de guerra más poderoso que ha existido
en la marina de vela. El poder de una potencia marítima
se medía por el número de navíos, que disponían de
dos y hasta tres baterías de artillería por banda, y que eran
los que determinaban el devenir de las grandes batallas
navales. Inicialmente, muchos navíos de la Armada española
se construyeron en los astilleros vascos, aunque posteriormente
esta actividad se fue trasladando a otras costas.
Muchos carpinteros y oficiales vascos especializados en la
construcción de navíos fueron contratados en los astilleros
reales de la península y de Ultramar.
Inicialmente el navío, de mayor tamaño que la fragata, sufría
problemas de estabilidad debido al sobrepeso del armamento.
El mutrikuarra Antonio de Gaztañeta desarrollará
un innovador sistema de concepción de carena que incrementará
notablemente la estabilidad del barco sin comprometer
la velocidad. Este método, basado en un sistema
gráfico, permitirá también predeterminar exactamente la
forma de la parte delantera y trasera del casco, que hasta
entonces había dependido de la improvisación y del buen
hacer de cada constructor.
Hayedo-abetal de Irati, Navarra. La arboladura de los navíos
adquiere unas dimensiones nunca vistas hasta entonces, requiriendo
los árboles más grandes del bosque. Por su forma, resistencia y ligereza
el abeto era la especie más buscada para los mástiles, obteniéndose
piezas en el Pirineo que llegaban a alcanzar 35 metros de
longitud, cuyo transporte a través de las montañas suponía grandes
retos de ingeniería. Por otra parte, la construcción de un navío de
tamaño medio requería el empleo de más de 2.000 robles adultos.
Esta demanda masiva de madera deforestó gran parte de Europa. © José Lopez
Hasta el siglo XVIII, el timón de los navíos era gobernado por
medio del pinzote, palo perpendicular a la caña que manejaba el
timonel desde la tolda. El incremento en los tonelajes hizo que
fuera muy difícil navegar con barcos tan grandes con ese sistema,
por lo que se inventó la rueda de gobierno que, por medio de un
sistema de poleas, aligeraba el trabajo del timonel. © José Lopez
Navío visto de popa y de proa. - Popa. - Proa. © José Lopez
Navío visto de popa y de proa. - Popa. - Proa. © José Lopez
Navío de 90 cañones. Plano de Gaztañeta. Arte de fabricar
reales. © José Lopez
Estos barcos, catedrales flotantes, eran considerados como la
máxima expresión tecnológica de la evolución naval vasca. Navío
de 90 cañones de 1720. © José Lopez
Entre marineros e infantería de marina, un navío de línea de
tipo medio requería alrededor de setecientas personas. Para aprovisionar
y alojar a tanta gente era preciso disponer de cuatro o
cinco cubiertas, en las cuales coexistían también los repuestos, las municiones, el armamento, etc. La falta de espacio y de medidas
de higiene hacía que las enfermedades fueran una de las primeras
preocupaciones de los comandantes de estos barcos. Este navío era parecido a otro que se llamaba Ntra. Señora de
la Asunción, conocido en la costa vasca como La Guipuzcoana,
que fue construido en Pasaia en 1779. Era el orgullo de la Real
Compañía Guipuzcoana de Caracas y fue capturado en su primer
viaje por los ingleses, que lo incorporaron a su Armada de guerra,
cambiando su nombre por el de Prince William. © José Lopez
Los barcos siguen aumentando de tamaño, en especial el número
de cubiertas; al igual que en las fragatas, las velas de estay se
desarrollan plenamente, mejorando notablemente la navegación
hacia el viento. Se adopta la rueda del timón, facilitando el gobierno
del navío. © José Lopez