A mediados del siglo XIX, Gipuzkoa conoció una profunda renovación en su estructura productiva. Poco a poco las prácticas artesanales irán cedíendo irreversiblemente ante el avance de nuevos modos de producción asociados a equipamientos técnicos y mecánicos totalmente nuevos. En este despertar a la Revolución Industrial dos sectores actuaron de motor en la transformación: el textil y el papelero. Porque tendremos que esperar todavía algunos años para que el ramo del hierro, actividad esencial en el tejido industrial guipuzcoano, alcance la modernidad.
Al iniciarse la obtención de hierro a gran escala, con la instalación de nuevos hornos para fundir el mineral y la fabricación de acero al crisol, se producirá un gran avance en la industria siderúrgica, avance al que Gipuzkoa dio la espalda en un primer momento, aferrándose como hemos visto a la secular manufactura ferrona. Esta circunstancia se debió, sobre todo, a la competencia que en este ramo de industria suponía la vecina Bizkaia y sus áreas de influencia. A estas deficiencias se sumaba la carencia de materias primas de calidad suficiente: una buena ganga mineral y carbón de piedra de calidad.
Pero ya en 1860 la defensa de las tradicionales ferrerías era un disparate y la realidad mostraba la incapacidad de estos centros frente a los que acogían grandes hornos altos entre sus instalaciones. Existían en zonas inmediatas experiencias sin demasiado éxito, como la excepcional instalación de dos hornos altos en las Reales Fábricas de Liérganes (Cantabria) en 1628, o la del primer horno de carbón vegetal de Sagardelos (Lugo) en 1797 o, poco más tarde, la del horno de coque de Trubia (Oviedo), y sólo en 1822 Ramón de Mazarredo encargó a un técnico francés
la instalación de un horno alto, forjas y elementos necesarios para poder obtener metal de primera y segunda fusión(IBAÑEZ, SANTANA, ZABALA, 1988)
Pero será en la década siguiente cuando se inicie lentamente y sin retorno la recuperación de la siderurgia a nivel estatal. Ya en 1832 se obtenía hierro en altos hornos en Málaga y pronto ciudades como Oviedo, Sevilla o Santander harán lo propio. Pero, sin duda, el territorio que liderará en adelante esta renovación será Bizkaia, desde que en 1848 se encendiera en Bilbao la llama del horno alto en la fábrica de Santa Ana de Bolueta. Este hecho, que a nivel estatal podría interpretarse como un dato más, no hacía sino subrayar el notable retraso existente entre la siderurgia europea y las técnicas locales, máxime si tenemos en cuenta que durante varios siglos se había considerado a la franja costera cantábrica la "fábrica de hierro" de España y su imperio.
El caso de Gipuzkoa, directamente comprometida en la manipulación y en menor escala en la producción de hierro en bruto, se retrasará aún dos décadas. Así, el primer horno alto nace de la estrecha vinculación entre la tradicional manufactura ferrona y el surgimiento de una moderna industria del hierro. En Beasain, Domingo Goitia y Martin Usabiaga, propietarios de las ferrerías de Yurre y Yarza, respectivamente, junto a José Francisco Arana, dueño del solar donde se instalaron, se asociaron para crear la "Fábrica de Hierros de San Martin de Urbieta" (1860) ante la caducidad y falta de competencia de sus ya vetustos centros de trabajo.
Durante los dos primeros años de singladura, mientras se llevaban a cabo las tareas necesarias para instalar el gran crisol, la producción se obtenía en hornos de pudelar y laminación por cilindros. El hierro procedía todavía de las ferrerías del entorno. Pero el objetivo de estos empresarios era fundir el mineral en su fábrica a través de hornos altos. La inauguración del primero de ellos, todavía al carbón vegetal, tuvo lugar en 1862 y en 1865 se obtuvo la primera colada en una segunda unidad de similares características.
Desde aquellos de Liérganes de 1628 a éste de 1862 habían pasado doscientos treinta y cuatro años; sin duda tarde, pero desde este momento la siderurgia moderna toma el relevo a las ferrerías tradicionales en Gipuzkoa. Razones como calidad superior a menor coste estaban en la base de este cambio. Aunque ambas modalidades convivirán aún varios años, cada vez será más fácil encontrar afirmaciones como la publicada en la Estadística Minera de 1867 en la que se señalaba:
"será muy difícil que [las ferrerías] puedan subsistir más tiempo, por muchas razones y principalmente porque en ésta [San Martín de Urbieta] se gasta 120% de carbón vegetal y 150% de hulla por 100 de hierro dulce; y en aquellas nunca baja del 300% el consumo de combustible vegetal".
En 1870 sólo esta fábrica elaboraba 42.000 quintales de hierro, frente a los 7.120 producidos por las 14 ferrerías que todavía funcionaban en el territorio (LEGORBURU FAUS, 1996).