Gracias al hierro, las luces entre pilares y elementos portantes se ampliaron, las cerchas que distribuían las cargas del tejado mostraban nuevas y cada vez más atrevidas soluciones, los muros se descargaron de su pesadez y acabaron por convertirse en ligeros cerramientos en los que la estructura metálica confería solidez, distribuyendo huecos con mayor comodidad y versatilidad, y favoreciendo la apertura de mayores vanos de iluminación. Exploradas las capacidades del hierro, en época inmediatamente posterior, la generalización del hormigón armado daría una nueva dimensión funcional y estética a los edificios.
En uno u otro material, la nave ha sido siempre la solución preferida por la industria del hierro. De hecho, el recurso a la fórmula de fábrica de pisos estaba por lo general descartada, desde el momento en que tanto la maquinaria como la materia prima suponen un peso excepcional que generaría cargas excesivas para el inmueble -con el consiguiente encarecimiento del proyecto-, y mayores dificultades en el transporte interno -que en las naves se realiza siempre a pie llano-. Así, la fábrica de pisos u otros modelos serán siempre soluciones específicas para determinados sectores de manipulación.
No fue sin embargo una transformación constructiva radical. Si repasamos los principales elementos que conocemos, podremos contrastar las ideas que hemos apuntado con la realidad práctica que les fue dando cuerpo. Tendremos así los primeros ejemplos que, como la fábrica de Vergarajaúregui, Resusta y Cía de Aretxabaleta, fueron construidos con arreglo a modelos tradicionales. En ésta la fabricación se localizaba en sendas alas alargadas de dos pisos, flanqueando la construcción central, más destacada, donde se ubicaban oficinas, servicios generales y la casa del administrador. Materiales tradicionales, madera y piedra, son los elementos básicos del inmueble. De hecho, salvo por su desarrollada planta y la presencia del salto de agua original en la zona trasera, bien pudiera camuflarse como una casa o residencia del tipo ecléctico neoregionalista, tan del gusto de los arquitectos de fines del ochocientos. En esta misma línea debieran inscribirse los pabellones de la desaparecida fábrica de La Cerrajera Guipuzcoana en Arrasate-Mondragón. Allí, la piedra adquiría una fuerte presencia, y técnica y material podían confundirse con la construcción fabril tradicional de épocas pasadas.
Será la creación de los grandes complejos y su progresivo desarrollo quienes alumbrarán tanto una nueva estructura como un nuevo lenguaje formal. Uno de los casos más interesantes lo constituye sin duda la CAF de Beasain. Esta empresa cuenta con un amplio repertorio de naves, combinando las de planta única -como la antigua calderería- con la seriación, de la que resulta un buen ejemplo el taller de montaje. Este cuenta con siete crujías de desarrollo u otros tantos módulos de naves adosados, que cubren una superficie de 155 x 100 m. Igualmente, resulta magnífico el caso del taller de fundición y modelos, con un programa de cubierta aún más desarrollado para cada uno de los módulos que lo componen y que completa su iluminación con el rasgado acristalado del tímpano de fachada. En todos los casos, uno de sus factores singulares es precisamente la silueta quebrada de sus cubiertas, que presta cierta unidad al conjunto y, aunque también presenta casos de simple tejado a doble vertiente, destacan los linternones corridos, los faldones quebrados del taller de montaje o el shed, donde se desarrollan lucernarios longitudinales.
Pero además de estos aspectos, de carácter funcional, las notas de identidad estética del complejo no se despreciaron. El revestimiento de las naves optó por el recurso a la alternancia cromática del ladrillo macizo, enmarcando accesos y vanos sobre paramentos lisos, que en origen iban totalmente encalados. El juego de horizontales y verticales de las fachadas además se resalta con bandas lisas o quebradas que recorren el espacio delimitando volúmenes. Destacan especialmente las cartelas identificativas originales de los pabellones y espacios, de clara inspiración modernista, donde se combinan el anagrama de empresa, el nombre o dedicación de la nave y una letra capital de gran tamaño para codificarlos (E para el mecánico, F para el montaje, L para la fundición, etc).
Apunta además CAF otra de las notas de identidad de estos grandes complejos siderúrgicos: la organización interna. El recinto fabril se concebirá como un espacio industrial zonificado, en el que se disponen lo más racionalmente posible las líneas básicas de circulación de operarios y materiales, que en el caso de CAF viene reforzado por la presencia inexcusable de su vía férrea interna.
En este mismo lenguaje racional hablan los pabellones de Patricio Echeverria, antaño también comunicados por vías. El conjunto se ha ido formando como una sucesión de agregados a lo largo de la carretera de acceso al municipio de Legazpi y en ambos lados del vial. En la actualidad, como conjunto patrimonial industrial, conserva elementos de las más diversas cronologías, desde la primera década de este siglo hasta nuestros días (HERRERAS y ZALDUA, 1997). De su primera fase existen algunos restos, muy remodelados, y fotografías que permiten entroncar su estilo funcional con los ritmos decorativos que ya hemos visto para la CAF, como las bandas y pilastras que compartimentaban fachadas, el uso de los frontones escalonados como pantalla, el resalte de los huecos, o la iluminación escalonada frontal que parece haber caracterizado estos primeros pabellones.
Más tarde las necesidades de crecimiento de Patricio alterarían el programa decorativo y se optaría, de acuerdo a las nuevas tendencias, por un lenguaje mucho más simple, en el que priman ladrillo, hormigón y hierro, combinándose de diversas maneras en cerramientos, enmarques, pilares, cerchas o forjados.
Por otro lado, en el actual pabellón de oficinas se destaca ya la preferencia por los cerramientos de ladrillo cara vista, rasgados con vanos regulares y enmarcados con arcos. Delimita con pantalla el gran ingreso principal y se corona con triple hueco de ventanas, ocupando los espacios libres la razón social y la marca de empresa. El otro extremo de las últimas fórmulas constructivas lo representaría la actual fundición, donde el gran contenedor de estructura metálica y hormigón se cierra de manera simple con chapas y elementos ondulados, que lo ponen directamente en relación con la construcción industrial del último cuarto del siglo XX.
Entroncando con esta misma concentración, tendríamos ejemplos como los de Unión Cerrajera de Mondragón de Arrasate-Mondragón o los de la misma empresa en Bergara. Recientemente hemos asistido a la demolición de los equipamientos con casi un siglo de existencia de Arrasate-Mondragón, que reunían inmuebles y soluciones de diferentes épocas. Afortunadamente, el legado material de Bergara ha corrido mejor suerte, aunque ha desaparecido buena parte del pabellón de laminación, donde una estructura de pilares de celosía y jácenas remachadas soportaban las grúas transversales y las cerchas de pendolón. En él se optó por un "fachadismo" o disfraz en lenguaje racionalista -juego de horizontales y verticales, bicromatismo, uso de enmarques y bandas, escalonamiento de pantallas reforzando líneas, recurso inevitable al reloj- y donde, en definitiva, el gran tren de laminación y los hornos de recalentamiento, eran la razón de ser de dicho espacio. Sin embargo, conservamos tanto la nave de almacenaje, acertadamente reaprovechada para un polideportivo -dando cuenta de la habitual versatilidad de los espacios fabriles-, como del interesantísimo taller de laminación de chapa, construido en 1926.
Esa preferencia por la presencia de la luz natural en el espacio de trabajo vendrá también bien expresada en el pabellón de oficinas y almacén de Elma en Arrasate-Mondragón, que data de 1924. Se trata de un potente bloque rectangular, resuelto en dos cuerpos: uno apaisado y una torre cuadrangular ocupando el ángulo y sobresaliente. Las fachadas se rasgan por completo, de arriba a abajo, hasta alcanzar la primera planta; son grandes ventanales tripartitos, enmarcados entre pilastras decoradas con placas recortadas de estilo barroco. Todo el conjunto se corona con una desarrollada cornisa que se adelanta y corona en barandal macizo moldurado, del que sobresalen rítmicamente pinaculillos escalonados, reservando un espacio o cartel a la identificación de empresa. Sin duda, esta enorme mole de hormigón relata ya la nueva gama de posibilidades que se abrían con el uso de hormigón armado, cuyos resistentes forjados permitían la articulación de fábricas de pisos para esta vertiente industrial, en especial la que se dedicaba al trabajo de manipulación y ajuste.
Para terminar con este breve repaso a algunos de los elementos más sobresalientes, podemos reflexionar sobre la fórmula utilizada por los armeros en la zona del bajo Deba. Como ya hemos visto, fue la tradición y la concentración de operarios en esos municipios, lo que originó la aparición de las primeras fábricas en la segunda mitad del XIX. Como procedían de un sistema de fabricación disperso, en base a pequeñas unidades, y se trataba de un trabajo de precisión, los primeros ejemplos como el primitivo taller de los Orbea fueron simples navecitas, de pequeñas dimensiones, a menudo construidas con los materiales y técnicas tradicionales.
Sin embargo, la proliferación y el éxito de estos armeros, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, dio lugar a la expansión de las firmas, y con ellas llegaron la necesidad de nuevos espacios y las ampliaciones. En esta segunda fase, los ejemplos más relevantes se van a resolver en lenguaje racionalista, rápidamente derivando hacia el funcionalismo, desnudo y a menudo impersonal. El primer condicionante con el que tropezaron fue la falta de espacios libres, pues la concentración urbana, en especial en Eibar, era tanto más problemática cuanto que se producía en el estrecho fondo del valle fluvial. Por este motivo la opción elegida fue la fábrica de pisos, que permitía rentabilizar la inversión del suelo adquirido duplicando, triplicando y hasta cuadruplicando la capacidad con la simple superposición de plantas. Además, contaban con la ventaja de que el material manipulado era de pequeñas dimensiones y de un menor peso.
Se desarrollarán así talleres que, a medida que creció la urbe, se integran perfectamente en la misma, camuflándose como una casa de pisos más, en la que sólo la compartimentación de sus cristales y las dimensiones de sus huecos -por lo general de mayor tamaño, seriados o rasgando la fachada de una lado a otro-, permiten distinguirlos. Recercados los vanos con bandas, internamente se recurre a los forjados de hormigón, y se disponen convenientemente huecos de escaleras, ascensores y montacargas, consiguiendo que la fábrica se camufle sin dificultad en la trama urbana. Paralelamente, en los espacios intermedios entre municipios, se crean poco a poco otras empresas, estas con voluntad de agrupación, y no pocas veces ligadas a la aparición de nuevos sectores de empleo del material metálico, como las primeras máquinas de coser (ALFA, Singer) que abrirían el campo al exitoso desarrollo de la industria del pequeño electrodoméstico.
Sin ningún género de duda, la historia del desarrollo metalúrgico se ha convertido en una de las claves singulares para conocer la historia del territorio guipuzcoano y explicar su presente y sobre su paisaje todavía se aprecian las huellas de esa evolución. Donde antes hubo ferrería se asentará más tarde la tímida expresión de su particular revolución industrial -los primeros talleres y altos hornos-, para dar paso a la empresa que protagoniza el tirón a principios de siglo, que pelea y se transforma en los difíciles años centrales del siglo y tras culminar su desarrollo en torno a la década de los 80, cede ahora el puesto a la presencia del polígono industrial. Una síntesis de pasos que bien vale para varios parajes guipuzcoanos y que explica, mejor que ninguna otra, la actual industria metalúrgica: variada, moderna, flexible y versátil ante el mercado, capitalizada y eficaz. Su legado material, aunque con notables ausencias, relata también ese proceso nacido al calor de sencillos hornos de piedra, alimentado con carbón vegetal y forjado con sudor y "fuerza de brazos".