El pueblo romano es en general permisivo con los cultos de los sometidos o de los colonizados; al margen de los problemas con los judíos y con los druidas, en ambos casos con un trasfondo político incuestionable, y más adelante con los cristianos, considerados subversivos al orden imperante, se práctica la tolerancia sobre las creencias ajenas. Sólo una cuestión es de obligado cumplimiento: el culto al emperador. Cumplida esta condición tienen cabida los ritos y tradiciones de otras culturas, que, en ocasiones, acaban instalándose en el panteón romano. Muchos dioses locales se identifican con las figuras de Marte o de Jupiter, a los que se asocian en el culto -Mars Sutugi en Comminges o Jupiter Besirisse en Cadéac; los hay que viajan a lo largo de miles de kilómetros como ocurre con Mitra que, desde su lugar de origen, en Oriente, llega a todos los rincones del imperio de la mano de los soldados y sus desplazamientos, hasta convertirse en una corriente de amplia repercusión social; otros permanecen en sus moradas como los dioses célticos Deba y Arno. El caso es que el repertorio romano es amplio y que en él están representados dioses menores y mayores siguiendo unas jerarquías que cubren, prácticamente, el abanico de las actividades humanas. Hay un dios de la guerra, otro de la caza; hay, también, deidades propias de los ríos, los manantiales, para proteger los caminos, la navegación, para el amor, dioses de la familia a los que se rendía culto en las propias casas, etc. La vida cotidiana está marcada por las relaciones con las divinidades, con una carga importante de superstición y fetichismo.
En este ambiente, se enmarcan los cuatro ídolos de Higer, (Asturiaga-Hondarribia). Aparecieron en el fondo del mar, entre la arena, junto con otros elementos que invitan a considerarlos parte de un ajuar ritual. Su asociación con un tipo de jarra relativamente sofisticado, con bandejas y parte de una cerradura permite plantear que viajaban en un único contenedor, un cofre -por ejemplo, y que el conjunto fue fabricado a mediados del siglo II. Los ídolos, con forma de apliques, representan a la diosa Minerva, con casco y peto y sobre éste el atributo de la gorgona, al dios Marte, barbado, con peto y casco; al dios Helios, el Sol, con su corona de rayos y a la diosa Isis con el símbolo lunar sobre su cabeza.
La divinidad solar, Helios, se manifiesta en otra ocasión, en formato de lucerna. Se recuperó en el interior de la mina romana de Altamira III de Irun y la asociación entre el símbolo y la función de la lamparilla parece evidente, sobre todo tratándose de la oscuridad de las minas. Se suele citar, también, una figurilla de Minerva descubierta en Rentería que se encuentra desaparecida, pero -de momento, no hay pruebas que garanticen ese origen, ni que proceda de Gipuzkoa.
Siguiendo con el panteón oficial, se conoce una imagen de la diosa Roma en la piedra de un anillo; el entalle o camafeo es de forma ovalada y está trabajado en una piedra semipreciosa. Tiene 13 mm de longitud en su eje mayor y representa a la divinidad sentada en su trono, con todos sus atributos (casco, escudo, lanza y una victoria alada sobre la palma extendida de su mano izquierda). La miniatura es de gran calidad, contando con un alto nivel de detalle que permite identificar los rasgos y pliegues del vestido, la fisonomía de las figuras y los pormenores del mobiliario asociado, en una perspectiva bien resuelta. Apareció en las excavaciones del puerto romano de la calle Tadeo Murgia en Irun.
Si se han nombrado anteriormente las divinidades celtas Deba y Arno, se ha hecho con la doble intención de remarcar la presencia de esos topónimos en nuestra geografía y de tratar la permanencia de las divinidades indígenas, aún constatando la pujanza de los cultos oficiales. Es muy posible que tanto el monte Arno como el río Deba, próximos uno del otro, hayan tenido relación con cultos locales, al igual que la gruta de Sandaili, en Araotz, cuyo nombre parece derivar no del santo Elías sino de la santa Ylia o santa Julia. Por esta vía se entroncaría con la diosa Ivulia que aparece nombrada en una inscripción de Forua, en la ría de Gernika, y que se vincula al culto de las aguas. No puede pasarse por alto en esta aproximación la pequeña ara de Oltza, al pie de Aizkorri que serviría de altar para ceremonias.
Otro de los aspectos conocidos de la espiritualidad de época romana son los cultos funerarios, bien representados en este territorio a través de la necrópolis de Santa Elena y -en menor medida, de los dos únicos epígrafes funerarios recuperados hasta la fecha, el de Andrearriaga -ya descrito, y el conservado al pie del altar de la ermita de San Pedro, en Zegama.
En el interior de esta ermita irunesa se localizó, en las excavaciones realizadas en 1971 y 1972, parte del cementerio de la ciudad de Oiasso. Se trata de un conjunto de urnas conteniendo las cenizas de los difuntos, 106 ejemplares, enterradas -la mayoría, sin elementos distintivos. Junto con las urnas que contenían, además, ajuares funerarios: ampollas de vidrio, agujas de pelo, armas, fíbulas. se descubrieron dos construcciones en piedra. Una de ellas tiene planta cuadrada con unos 3 metros de lado y se ha identificado con una cella memoriae o enterramiento de signo destacado, máxime cuando en su interior se encontró la única urna de vidrio del conjunto lo que denota un rango de distinción social. La otra, de planta rectangular, 7, 5 m x 5 m, reproduce las formas de los templos sencillos con frente "in antis". Cuenta con un pequeño porche adosado a la cella o cámara principal, además de una cubierta de tégulas, cuyos restos se reconocieron entre los escombros producidos por la ruina del edificio que se abandonó en el siglo IV.
La tradición de la incineración no es propia ni exclusiva de los romanos, que practicaban, también la inhumación, estando generalizada entre las poblaciones de la Edad del Hierro. Su práctica comenzó a decaer como consecuencia de la introducción de creencias orientales y con la expansión del cristianismo, este rito fue sustituido, finalmente, por el de la inhumación.
La inscripción se encuentra grabada en una losa de arenisca colocada a los pies del altar de la ermita, como ya se ha adelantado. El texto se reparte en cinco líneas, citando el nombre del difunto (LANICIVS, LATICIVS, LARICIVS o, incluso, L.ANNICIVS) acompañado de su filiación y de su edad al morir (cuarenta años) para terminar con una fórmula funeraria, H(ic) e(st) o H(ic) i(acet). Sobre el texto aparecen trazados 3 arcos que se identifican simbólicamente con las puertas del Hades o mansión de los muertos. Se data entre los años finales del siglo I y el siglo II, relacionándose con las inscripciones alavesas.
A lo largo del siglo IV, el cristianismo pasa de ser un movimiento proscrito y perseguido a convertirse en la religión de los emperadores y, más tarde del estado imperial. La nueva coyuntura se expresa en múltiples manifestaciones que afectan a la vida cotidiana, reflejándose en aspectos de la cultura material. Por ejemplo, una moneda acuñada por el usurpador Majnencio (350-355), que apareció en Behobia, lleva un crismón, anagrama de Cristo, y las letras griegas alfa y omega, que son la primera y la última del abecedario de esa lengua. Ambas letras fueron utilizadas en el lenguaje críptico de los primeros cristianos para referirse a su divinidad, a la que consideraban principio y fin de todas las cosas. Igual ocurre con la decoración de las vajillas que dejan a un lado los motivos hasta entonces habituales, escenas de caza, rituales paganos, etc., para incorporar símbolos cristianos, como las cruces, los crismones, las palmas, etc. Son las llamadas cerámicas "derivadas de la sigillata paleocristiana" de las que se han registrado varios ejemplares en la cueva de Iruaxpe III en Aretxabaleta, en contextos datados en el siglo V, y en el cabo de Higer, con las mismas cronologías. Sin embargo, no puede decirse que la transformación de la sociedad desde modos de vida paganos a los nuevos cristianos se generalizara en Gipuzkoa como consecuencia de estos acontecimientos. Sin ir más lejos, en Azkoitia, en el interior de la ermita de San Martín de Iraurgi se localizaron en 1993 varias urnas de incineración cuya cronología se centra en el siglo VIII, lo que demuestra que en ese cementerio, todavía, persistían las viejas tradiciones funerarias paganas.