Conservas de pescado, maderas, pieles, lingotes de plata, de plomo o hierro, además de productos obtenidos en territorios circundantes, centrarían las transacciones realizadas en el área del Bidasoa. Las operaciones serían gestionadas por una clase urbana dedicada al comercio. No producen directamente, sino que negocian, contando con un ambiente favorable en el que pesas y medidas, así como el sistema monetario, estaban homologados en todo el imperio. Y también los contenedores, es decir, las ánforas, que tenían tamaños y formas normalizados. Pero, en la ciudad, hay abundante mano de obra artesanal, libre o esclava, vidrieros, herreros, tejedores, alfareros. que pueden dedicarse a la fabricación en serie con destino al mercado exterior y, también, al mercado interior. Y hay una amplia base social representada por los que asisten a unos y a otros, con un buen número de siervos domésticos que acarrean el agua potable, cocinan, reparan, cosen o trabajan la huerta. Todos ellos necesitan, en cualquier caso, de alimentos básicos que no se obtienen en el ámbito urbano, aunque dispongan de ciertas hortalizas, frutales y animales domésticos para su propio consumo. El comercio, como se comprueba, es una de las actividades emblemáticas en este marco, sabiéndose que en el puerto de Oiasso se realizaban intercambios de rango regional. Por los registros disponibles, se comprueba que llegaban productos procedentes de la Ribera y de La Rioja, del entorno de la ciudad de Saintes, al Norte de Burdeos y, también, de otras zonas vinculadas al tráfico fluvial del Garona. Ocasionalmente, también llegaban mercancías obtenidas en redes comerciales de largo recorrido, caso de géneros adquiridos en la Bética, en las costas del Golfo de Narbona, en Italia, el Norte de Africa o, incluso, en el Mediterráneo Oriental. Las importaciones, en términos generales, se cuantifican en un 30% del movimiento del puerto, estimándose un radio de acción centrado en el Golfo de Bizkaia. En este contexto marítimo, Oiasso drenaría el comercio de los territorios del interior, abarcando la margen izquierda del Garona y el valle medio del Ebro, gracias a la asociación existente entre el puerto y la trama de comunicaciones terrestres que contribuiría a canalizar el flujo comercial en el sentido de la red viaria, siguiendo las rutas ya comentadas.
Entre los miles de objetos recuperados en las excavaciones del puerto de Oiasso se han reconocido pequeñas porciones de lingotes de vidrio en bruto. Se sabe que la mayor parte de la producción de este material se realizaba en las costas de Asia Menor, debido a que la calidad de las arenas de esa zona, por su contenido en sílice, era muy apta para esos fines. Se elaboraba en grandes cantidades, fundiendo las arenas y solidificando el resultado en bloques que luego se partían y se transportaban en barco hasta Occidente. Sea cual sea el origen de los lingotes descubiertos en Oiasso, lo cierto es que están indicando la existencia de artesanos que los transformaban en objetos cotidianos: botellas, vasos, platos, ungüentarios, etc. Si bien, todavía, no se han encontrado los talleres en los que trabajaban esos vidrieros, se supone que lo hacían fuera del área urbana o en una zona marginal de la ciudad. De hecho, la proporción de elementos de vidrio entre los ajuares de la población es muy alta e incluye una buena variedad de vajilla. Los colores del vidrio son diversos, desde los tonos blanquecinos a los oscuros, dominando los azulados y verdosos con abundantes irisaciones. Usaban las técnicas habituales de soplado y molde, conociéndose, además, un ejemplo excepcional de vidrio tallado en el que se representa el rostro de perfil de una figura femenina en la que se adivina, el peinado, muy rebuscado, las facciones de la cara e incluso la existencia de un pendiente en el lóbulo de la oreja.
De lo que no hay duda es de la presencia de herreros; de uno de ellos se conocen sus útiles y un stock de tachuelas, estas últimas guardadas en una olla, que fueron enterrados junto a la cimentación de un edificio. Ocurrió, por lo que parece, durante el siglo primero de la era, en el espacio que hoy ocupa la calle Beraketa, una de las más antiguas de Irun, sin que se sepa cual fue el motivo de la ocultación. Entre el instrumental había una lima y un par de pequeños yunques para la fabricación de clavos y, junto a ellos, más de un centenar de piezas de todos los tamaños y formas. Unas cortas y con cabeza grande y redondeada, las tachuelas ya comentadas, otras largas y rematadas con cabeza cuadrada que se piensa servirían para ensamblar vigas de construcción. El proceso de elaboración sería el siguiente: partiendo de una barra de hierro, el artesano la estiraría en la forja, calentándola para conseguir varillas más finas proporcionales a los objetos que quisiera elaborar. Una vez obtenidas estas varillas, con el metal al rojo, cortaría piezas del tamaño de los clavos o tachuelas martilleando sus extremos para darles forma apuntada. En un proceso posterior se elaborarían las cabezas, introduciendo las varillas apuntadas por el orificio del yunque y golpeando con el martillo en el extremo opuesto.
La herrería supone el último eslabón en la cadena siderúrgica. El primero está marcado por las labores de reducción, en las que se obtiene el tocho; le siguen las operaciones de refinado hasta conseguirse un metal compactado y de calidad homogénea, el lingote que normalmente tiene forma de barra. Los herreros se encargan de transformar estas barras en instrumentos variados, desde cuchillos, lanzas, cencerros, hasta arados, anillos o clavos. También se encargan de las reparaciones.
La alfarería es otra de las actividades que aparece asociada al entorno urbano de Oiasso. Aunque no se han descubierto los talleres, ni los hornos, los estudios realizados en torno a los miles de fragmentos de vasijas aparecidos hasta la fecha apuntan en esa dirección. Dejando a un lado los artículos importados, el resto, aún tratándose de ejemplares de formas y acabados diversos, cuentan con una serie de características comunes en la composición de las pastas. Estas coincidencias se deberían a la utilización de unas mismas fuentes para la provisión de las materias primas y a una tradición alfarera común en la elaboración de los barros y de los envases. A estas referencias de manufactura habría que sumar la propia organización de la industria alfarera en aquellos tiempos, con centros productores comarcales destinados al abastecimiento del entorno; suelen coincidir con las poblaciones de mayor rango del territorio.
La generalización de los pagos en moneda, la estandarización de pesas y medidas no son sino una muestra de las profundas transformaciones que se operan a partir del cambio de era. Los modelos de autoconsumo y subsistencia previos se diluyen en una sociedad urbana que basa su existencia en actividades económicas que operan en ámbitos regionales, además de locales y comarcales; incluso internacionales, como se ha visto. En cuanto a la mentalidad, no es de extrañar que los ciudadanos liberados de la sujeción de producir lo que comían, dedicados a obtener recursos con los que asegurar su sustento y conseguir beneficios, agrupados de forma estable y concentrados en un espacio delimitado, desarrollaran nuevos hábitos de relación y de convivencia. Si se tiene en cuenta que, a partir del año 74 comienza a implantarse el derecho latino, habría que aceptar la existencia de una organización municipal que impartiría justicia en primera instancia, recogería los impuestos y mantendría el culto imperial. En Oiasso, al tratarse de una ciudad fronteriza, entre Aquitania y la Tarraconense, es posible que existiera, además, un portorium, para la gestión de los peajes y tasas del transporte. En esta aproximación no puede soslayarse la condición esclavista del sistema económico romano que dependía de la mano de obra de esa condición para mantener activos sus sectores productivos. Los esclavos eran los encargados de las tareas más duras pero, también, estaban introducidos en las demás ocupaciones habituales, desde la esfera doméstica y la educación, al comercio.
Las viviendas se amueblaban con lo imprescindible. Las alacenas, nichos, suelos pavimentados y pinturas murales concentran la atención decorativa de las estancias, mientras que los muebles se reducen a los elementos básicos, lecho, baúles, taburetes, elementos de iluminación, aseo o calefacción. La cocina era la estancia mejor equipada, siendo los recipientes cerámicos los utensilios más abundantes. Se usaban para contener líquidos, para guisar y servir las comidas, para almacenaje, como maceteros, etc. La oferta local incluía un menaje corriente en el que se encontraban ollas, platos y cuencos. La olla se usaría en la cocción de alimentos, como lo atestiguan las marcas de fuego en la base y la existencia de tapaderas que se ajustan a los bordes, aunque, dependiendo de las dimensiones, podrían usarse, también, para almacenaje. El plato y el cuenco se utilizarían en la mesa. Además, se conocen otros repertorios, de forma que en la misma civitas de Oiasso se podían obtener los modelos más generalizados de platos, vasos, ollas y jarras. Se comenta la existencia de jarras hervidoras o bouilloires que, como su propio nombre indica, servían para hervir agua, probablemente con destino a infusiones, y la presencia de ánforas locales. La gama alta de los recipientes procede, sin embargo, de otros territorios. Es el caso de los morteros para preparar condimentos que deben ser extremadamente resistentes a los golpes o las fuentes para hornear pastas, preparadas para soportar altas temperaturas y evitar la adherencia. Y es el caso de las vajillas de mesa, la famosa terra sigillata. Inicialmente se consumían sigillatas de Montans, ya comentadas, pero con el auge de los talleres de Tricio en el entorno de Nájera, serán las sigillatas riojanas las que copen el mercado de Oiasso. De esta vajilla que viene a representar un 15% del consumo cerámico de la ciudad se conoce una amplia variedad de platos, copas, cuencos y vasos. La mesa se completaba con otros servicios. La función de la cristalería, se resolvía con vasos y copas de "paredes finas" elaboradas con una pasta cuidada extremadamente fina de donde les viene el nombre. Proceden, en su mayoría, de dos zonas de producción. Una se sitúa al Norte, más arriba de la desembocadura del Garona en la comarca de Saintes, la otra al SE, en la Ribera de Navarra.
Para alumbrarse en la oscuridad de caminos y lugares públicos, y en las ceremonias religiosas, usaban antorchas empapadas en substancias inflamables. Dentro de casa, la iluminación se realizaba por medio de velas (candelae) y pequeñas lamparas de aceite (lucernae); las usaban aisladamente o formando conjuntos de varias unidades. Las lucernas constituyen una de las realizaciones más genuinas de la plástica romana, por ser reflejo de los gustos populares. En ellas coinciden el bajo costo (se fabricaban en barro, utilizando un molde), una gran difusión, el carácter de producto básico, la fragilidad y el tratarse de un soporte ideal para trasmitir modelos figurativos. Las lucernas caben en la palma de una mano pero, a pesar de su reducido tamaño, cuentan con la superficie suficiente para motivar el dibujo y las formas. Las había decoradas con motivos vegetales o geométricos, y las había tratadas a la manera de clichés figurativos; representaciones de animales, bustos de dioses, escenas de lucha, eróticas, etc.; que serían seleccionadas por el comprador en función de su sentido estético.
Gracias a la existencia de un comercio regional canalizado a través del puerto marítimo de Oiasso, los suministros de aceite, cereal y vino se incorporan a la vida urbana. Habitualmente se recurriría a las comarcas viticultoras de la Gironde (Burdeos), a las áreas productoras de aceite del Ebro y a las grandes extensiones de grano del Adour, el Garona y el Ebro. En ocasiones, también obtenían aceite desde la Bética, muy apreciado, vino del Golfo de Rosas y muy excepcionalmente productos del Mediterráneo Oriental. No se descartan los cultivos locales de cereal, la presencia de viñedos o la utilización de grasas animales, además de otros aceites vegetales, pero dirigidos a un consumo propio que no garantizaría las necesidades de toda la comunidad. En la dieta diaria se incluye, además, una gran variedad de frutas, bien frescas o secas: nueces, avellanas, hayucos, bellotas, piñones, higos, endrinas, ciruelas, cerezas o guindas, uvas, aceitunas, moras, almendras y melocotones, estos últimos en abundancia. Muchos de ellos se recogerían en el entorno, tanto de los bosques silvestres de hayas y robles, como de plantaciones introducidas por los romanos, caso de los ciruelos, higueras o cerezos; otros, como las aceitunas y las almendras, además de los piñones e incluso los melocotones, procederían de intercambios comerciales.
La carne que comían era sobre todo de cerdo, que compaginaban con la de oveja, cabra y vaca. Los primeros se engordarían en los robledales que rodeaban la ciudad, cuidándose en rebaños, al igual que las ovejas que dispondrían de diferentes pastos. Las alturas circundantes garantizarían los pastos en verano, mientras que el borde marítimo sería la alternativa invernal. Para el vacuno se puede pensar en fórmulas similares que no niegan la existencia de ganado estabulado. El suministro de leche y las labores agrícolas justifican esta modalidad que incluso pudo desarrollarse en el área urbana. Las gallinas, polluelos, pollos y gallos fueron también parte de la estampa urbana, al igual que los perros y los caballos. Junto con los animales domésticos, la caza es otra fuente de suministro de carne, contabilizándose por esta vía la incorporación a la mesa de ciervos, liebres y aves.
El pescado también era habitual, al igual que el marisco, destacando las grandes cantidades de ostras consumidas. La variedad de alimentos se completa con cultivos de huerta, entre los que se ha atestiguado, el apio y el borto, conociéndose también plantas medicinales como la menta o la verbena.
Por los testimonios obtenidos se deduce que el hilado, el tejido y el cosido eran prácticas habituales. Se utilizaban fibras vegetales, el lino, y fibras animales, la lana. La materia prima se hilaba mediante husos metálicos o de hueso y por medio de fusaiolas, realizadas generalmente en cerámica. Posteriormente, se tejía en telares construidos en madera, siendo el más común el telar vertical de pesas, remontándose su invención a la Edad de Bronce. Luego se cortaba sencillamente y se cosía a mano, con la ayuda de alfileres y dedales. Para su adaptación al cuerpo se valían de cinturones, imperdibles y pasadores.
Calzaban los prototipos habituales del mundo romano. La mayoría de las muestras recuperadas corresponden a la parte inferior del calzado, es decir, a la suela, conservándose piezas enteras y fragmentos sueltos. Entre ellas hay ejemplos de calzado claveteado, sin que pueda determinarse si eran sandalias o botas, y de calzado cosido, tanto de forma apuntada como redondeada.
En cuanto al peinado, hay que señalar que su función no era exclusivamente la de mejorar la imagen personal, sino que principalmente era una cuestión de higiene ya que contribuía a la desparasitación. Los peines, de madera, contaban con dos filas de púas, una por cada lado. Se tallaban en una sola pieza, partiendo de un nervio central o eje. En un extremo se disponen las púas menos separadas, con apenas distancia entre ellas, que servían para retirar los insectos; en el otro la hilera con mayores holguras, que sería la que serviría para el arreglo del cabello. El pelo largo se ataba con cintas, se trenzaba o se recogía en moños para lo que se valían de peinetas, horquillas de metal o pequeñas agujas rematadas en una cabeza redondeada, son las acus crinalis
o agujas de pelo, mayoritariamente de hueso.
El uso de joyas estaba extendido, siendo habituales los pendientes de bronce, así como los de oro con motivos calados, abalorios o incrustaciones de pedrería o pasta vítrea. Se adornaban con pulseras o brazaletes (arnillae), collares (monilia) y cadenas (catena) de las que colgaban amuletos asociados muchas veces con supersticiones populares. Lucían, además, anillos (annuli) en los que a veces grababan emblemas personales o que tenían engastados entalles elaborados con piedras preciosas, con motivos alegóricos o mitológicos.
Hay una serie de aspectos de la cultura material recuperada en la civitas de Oiasso que trascienden las referencias habituales y que contribuyen a mostrar una serie de comportamientos que podemos considerar indicadores de un nivel de vida desarrollado. En este sentido destaca la colección de grafitos recuperados sobre recipientes cerámicos (trazos realizados con objetos punzantes con posterioridad al proceso de fabricación) que sirve para demostrar el uso de la escritura y del alfabeto latino entre los habitantes de la polis. Destaca, también, un lote de cucharillas y aplicadores relacionados con la preparación y aplicación de polvos y ungüentos. Las cucharillas son extremadamente finas, con una cazoleta de pequeñas dimensiones, y los aplicadores asemejan bastoncillos cilíndricos, excepto un ejemplo que, por sus características, pudiera relacionarse con una sonda de uso médico. En este mismo marco resulta obligada la mención a una tésera, término que en numismática se utiliza para designar los objetos cuya forma es clara o vagamente monetiforme, realizadas generalmente en metal. Estas piezas fueron usadas en la antigüedad como monedas de necesidad, el equivalente de fichas o billetes de entrada en teatros, termas u otros lugares públicos, piezas de cuenta en juegos, salvoconductos o testimonios de pagos o servicios entre otras funciones que no son bien conocidas.
La población pasaba sus ratos de ocio practicando diversos juegos, algunos de los cuales han sobrevivido hasta hoy sin modificaciones. Había una gran variedad, tanto infantiles como para adultos. Se pueden destacar los juegos gimnásticos, la peonza, las canicas, la pelota, las tabas, el tres en raya, el par/impar, el cara o cruz, los dados y el ludus latrunculorum o juego que estaba muy difundido entre los soldados, de ahí el sobrenombre. Es un juego de estrategia, mezcla de ajedrez y damas, que requería 36 fichas (18 de cada color) y un tablero. Pero los más apreciados entre los adultos eran los dados y las tabas, que además de pasar el tiempo, se aprovechaban para realizar importantes apuestas, tanto de bienes como de dinero. Y no siempre se jugaba limpio, pues se han llegado a descubrir dados cargados, lo que demuestra que las trampas estaban a la orden del día.
En esta relación de cambios y transformaciones no pueden olvidarse los impactos medioambientales y las alteraciones ecológicas, debidos a la intensificación de la explotación del bosque, a la extensión de la arboricultura -con la introducción de nuevas especies, o a los efectos contaminantes de la minería. Solamente los abastecimientos de madera, bien para construcción o como combustible en las operaciones de obtención de plata y en los trabajos del hierro, se traduciría en una merma significativa de la superficie de bosque; en lo que se refiere a la plantación de frutales, muchos de los registros de semillas obtenidos en las excavaciones de Oiasso constituyen las primeras referencias de su existencia en el marco peninsular. La presencia de ciruelos, higueras e, incluso, cerezos, indicaría -además de la introducción (y el cultivo) de árboles de características desconocidas hasta entonces en el medio natural del territorio, la aplicación de métodos de mejora y selección de las especies. En cuanto a los indicadores de contaminación, resultan sorprendentes las concentraciones de plomo en los depósitos del estuario del Bidasoa asociados al hábitat romano. Se relacionan con la actividad minera, concretamente con los desechos de estéril, el lavado y decantación de los minerales destinados a la obtención de plata.