400 hombres trabajando durante 200 años dicen los cálculos que fueron necesarios para abrir todas las galerías de origen romano, unos 15 km, que existían en el coto minero de Arditurri, en Oiartzun. Puede que las cifras sean exageradas, pero lo cierto es que las extracciones de mineral de plata (galena argentífera) fueron muy intensas en esa época y que, además, se extendían más allá de Arditurri, repartiéndose por otras zonas de Gipuzkoa. De momento, los testimonios arqueológicos indican que todo el entorno de Aiako Harria, desde Bera de Bidasoa a Irun, fue objeto de un intenso laboreo y que se trabajó, también, en otros yacimientos menores situados en los alrededores del macizo de Cinco Villas o de Udala. Es posible que, conforme avancen las investigaciones, se confirme la sospecha de que la mayoría de los focos explotados en tiempos modernos, que han sido muchos -aunque hoy no quede en activo ninguno de ellos, fueran conocidos -y beneficiados, por iniciativa romana.
La minería romana presenta unas características particulares; las galerías son estrechas y con formas abovedadas, las paredes rematadas con un fino trabajo de pico y cada cierto trecho un hueco en el que depositar las lamparas de iluminación. Los suelos bien tallados y, cuando hay pendientes, cuentan con escalones para facilitar los recorridos. Resulta fácil identificarlas frente a los trabajos posteriores, menos cuidados. Hasta la fecha se han catalogado dos docenas de ejemplos, con los que es posible determinar aspectos relativos a la planificación y condiciones del laboreo.
Para localizar los filones se valían, junto con observaciones de la vegetación y de la superficie, de galerías que, descendiendo con fuertes pendientes, cruzaban los estratos superficiales hasta encontrar la veta. Cuando la alcanzaban -en caso negativo o de poca envergadura del filón se abandonaban los trabajos, se abría otra galería de trazado horizontal por la que extraer el mineral y sacarlo al exterior. Dependiendo de las características del filón, podían abrirse varias galerías de explotación, evitando -en lo posible, las entibaciones, lo que les obligaba a dejar partes sin aprovechar.
Para abrir las galerías utilizaban un método que ha sido corriente hasta la aplicación de explosivos. Se conoce con el nombre de torrefacción y consiste en hacer fuegos con madera junto a la roca y dejar que ésta se caliente. De esta forma, se resquebraja y salta en pedazos. A continuación se trabaja con el pico minero, rematando la forma de las galerías.
El mineral se limpiaba de impurezas y se trituraba para seleccionar las partículas de mayor pureza, luego se decantaba en piletas con agua. La fundición se realizaba cerca de la mina. Contando con que la galena es un mineral de plomo con alto contenido en plata, la primera fundición daba como resultado un producto en el que ambos metales, plata y plomo, aparecían mezclados. Una segunda operación, la copelación, separaba la plata del plomo. Nada se sabe de la condición de los trabajadores de las minas, si eran personas libres, siervas o esclavas; si dependían del ejército o de compañías que habían obtenido la concesión de las explotaciones del estado. Por los ajuares arqueológicos que se han recuperado en el interior de las minas, se piensa que las explotaciones de Aiako Harria habían comenzado ya en tiempos de Augusto y que continuaron con intensidad durante todo el siglo I de nuestra era. Con posterioridad, es posible que cayera la producción o que, incluso, se abandonaran por competencia de otros focos más productivos. El caso es que permanecieron olvidadas hasta que a finales del siglo XVIII fueron redescubiertas por un ingeniero alemán, Juan Guillermo Thalacker, que fue llamado por la familia Sein de Oiartzun para poner nuevamente en explotación las minas de Arditurri. Conocedor de la mayoría de las minas romanas peninsulares elaboró un informe que fue publicado en 1804, en el que describía las características de las galerías y las consideraba en el mismo nivel que las de Cartagena, León o Rio Tinto. Su informe fue muy utilizado por los que se dedicaron a solicitar concesiones mineras a finales del XIX, ya que identificando los trabajos romanos llegaban a los filones que no habían sido agotados, poniéndolos nuevamente en explotación. Pero para ello debían ampliar las galerías, destruyendo a su paso los vestigios antiguos; en este mismo contexto, llegaron a aprovechar las escorias de plomo abandonadas ya que, todavía, contenían cantidades de plata suficientes para hacer rentable la operación de trasladarlas hasta la fundición instalada en la Bahía de Pasaia, en la zona de Capuchinos. Se explica así, la desaparición de un legado arqueológico que, de haber permanecido tal y como fue concebido en época romana, a buen seguro que hubiera formado parte de las referencias históricas de los guipuzcoanos.