Las citas históricas, sin ser especialmente abundantes (Estrabón, Plinio, Pomponio Mela, Ptolomeo...), sirven para conocer el nombre de varios asentamientos de cierta entidad. El más destacado es el de la polis (civitas: ciudad) de Oiasso, incluida en dominios de los vascones, en el litoral, al final de la calzada procedente de Tarraco (Tarragona). Siguiendo hacia el Oeste, en territorio várdulo, se colocan los oppida (lugar fortificado) de Morogi, Menosca (ésta última junto al río Menlakou), Vesperies y la polis de Tritium Tuboricum. Luego viene el río Deba que era frontera entre várdulos y caristios, como ya se ha comentado. De esta serie sólo se ha identificado el emplazamiento de Oiasso, en Irun, resultando ser la única salida al mar de la tribu de los vascones, cuyos territorios se extendían hacia los Pirineos. Cualquiera de los oppida señalados puede corresponder con alguno de los castros recientemente descubiertos, mientras que para Tritium Tuboricum, a la que se supone bañada por el río Deba, sólo se cuenta con las interpretaciones que la relacionan con el término de Mutriku, por consideraciones fonéticas.
En cuanto a las demarcaciones administrativas, en territorio guipuzcoano se situaba el límite entre los conventos jurídicos cluniense y cesaraugustano. El convento jurídico es una división que se da desde tiempos de César, pero se define y fija en época de Claudio. Constituye una unidad administrativa, política, jurídica y religiosa. Perdieron su razón de ser con la reforma de Diocleciano hacia el año 288. Várdulos y caristios se incluían en el conventus con capital en Clunia (Coruña del Conde, Burgos), mientras que los vascones participaban del conventus de Caesar Augusta (Zaragoza). Todos ellos se incluyen en la provincia Tarraconensis, la antigua provincia de Hispania Citerior rebautizada por Augusto.
La arqueología romana en Gipuzkoa, por su parte, ha incrementado considerablemente las informaciones disponibles y se han añadido, en los últimos años, un buen número de asentamientos. La excavación de la colina de Arbiun, una pequeña elevación que domina la ensenada de Zarautz, ha puesto de manifiesto la existencia de una ocupación humana ligada a la industria del hierro que se desarrolló en el siglo IV y que, de alguna forma, se relacionaría con los hallazgos de época anterior de Getaria, de los que se hablará más adelante, y del propio casco de Zarautz, en el que se han localizado monedas y otros restos romanos. En este mismo entorno, en el barrio de Elkano, se acaba de descubrir un nuevo yacimiento que coincide con el de Arbiun en que, entre sus ajuares, no hay objetos importados, tratándose de una cultura material poco sofisticada. En el otro extremo de Gipuzkoa se colocan los hallazgos de Urbia y Léniz. En el primer caso se han registrado varios testimonios de hábitat altoimperial, siglos I y II, al aire libre que se relacionan con la vocación pastoril del entorno. De hecho, el valle de Urbia colocado al pie de la Sierra de Aizkorri por encima de los 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar, ofrece pocas alternativas a los asentamientos estacionales. El ara de Oltza que se dice traída desde Zalduendo, para integrarla en la estructura de la vivienda de un pastor, es muy posible que pueda relacionarse con los testimonios citados. En cualquier caso, parecen claras las conexiones de este espacio con la Llanada alavesa; concretamente con la ciudad de Alba, en San Román de San Millán. También, en las inmediaciones del cambio de vertiente y cerca del límite con Alava, se han reconocido depósitos romanos asociados al manantial de agua salada de Leintz Gatzaga; a pesar de que se cita en la bibliografía la aparición de un denario ibérico en este entorno, los ajuares arqueológicos que se han recuperado son muy posteriores, de hacia los siglos IV y V, e incluso más tardíos. En este escenario de borde geográfico habría que añadir las noticias antiguas sobre aparición de monedas en Idiazabal y en Ataun, además de un anillo de oro con un entalle, que refleja el águila imperial, en la fortaleza de Jentilbaratza de este último término municipal (es muy posible que la piedra de factura romana haya sido engastada sobre la montura de oro en tiempos medievales); o la aparición, en fechas más recientes (1986) de la inscripción funeraria de la ermita de San Pedro, en Zegama, junto a una antigua vía de acceso a la sierra de Aizkorri.
En cuanto al fenómeno de las ocupaciones en cueva, caso de Jentiletxeta II (Mutriku), Ermittia (Deba), Ekain IV (Deba), Amalda (Zestoa), Anton Koba (Oñati), Aitzgain (Oñati), Sastarri IV (Ataun) e Iruaxpe III (Aretxabaleta), resulta expresiva su adscripción a los siglos IV y V, al final del período. La ocupación de las cavernas en esta etapa no es sólo propia de Gipuzkoa sino que se repite abundantemente en otras geografías, tanto del entorno (en Navarra, Alava, Bizkaia o La Rioja) como de zonas más alejadas. La generalización de este tipo de manifestaciones ha dado pie a varias teorías que tienen en cuenta el carácter de refugios ocasionales ante los problemas de la época, la dedicación a la actividad pastoril o aspectos de tipo religioso.
Queda el grupo de los objetos romanos que se están recogiendo en los cascos urbanos; primero fue Eskoriatza, en 1982, y luego le han seguido Donostia-San Sebastián y Tolosa. La tónica general es que aparecen fuera de su contexto original, formando parte de depósitos pertenecientes a fases modernas de la ocupación de la población.
En un apunte de recapitulación acerca de los datos romanos de Gipuzkoa, en el estado actual de las investigaciones, destaca su distribución en los bordes del territorio. La costa marca una de las líneas de concentración como resultado de su relación con una vía marítima de cabotaje que bordeaba el Golfo de Bizkaia. Otra de las referencias se coloca al Sur, en las inmediaciones del cambio de vertiente, conectando con la Llanada y la Burunda por las que transitaba la vía entre Pamplona y Briviesca, mientras que la máxima ocupación se concentra en el estuario del Bidasoa, alrededor de la civitas de Oiasso. De todas formas, si las noticias históricas manejadas fueran fiel reflejo de la realidad, en este territorio existirían dos polis y tres oppida, además de una serie estimable de asentamientos reconocidos arqueológicamente. El cómputo es ya de por sí expresivo; añadiendo la condición de la superficie reducida del territorio guipuzcoano y la seguridad de que el número de hallazgos crecerá en el futuro, el horizonte que se dibuja no resulta excepcional en el marco del imperio. Sólo en un aspecto se aleja de las pautas habituales; la escasa representación de la epigrafía, con dos únicas inscripciones funerarias, sigue siendo el vacío más destacado.