No, ya sé que puede parecer un tópico, pero la villa de Zerain en uno de los últimos paisajes mágicos de esta Gipuzkoa nuestra tan prontamente cancelada. Y es que ya lo dije en otra ocasión que vivencio que está llegando a su fin el esquema romántico con sus lugares comunes de los verdes valles, las veneradas costumbres, el blanco caserío, y los grandes bosques de hayas, robles y castaños. Las cuencas de nuestros ríos son ya casi una sola calle, creando, dando vida a un fenómeno de conurbación de proyección y resultados imprevisibles en un corto futuro. Pero digamos como el poeta: "Dejémonos si la culpa es de uno o de otro y encaremos la vida. Lo perdido, perdido está. Pero la bandera todavía ondea y el recinto no se ha rendido...".
Zerain, antiguo jalón de uno de los caminos que subía hacia el Túnel de San Adrián, fue quedando a un lado cuando las carreteras hallaron puertos más suaves por los que franquear la divisoria de aguas de los "Dos Mares", y poco a poco terminó por encontrarse totalmente olvidado en su agreste rincón. En nuestros días no le roza más que la carretera que partiendo de Segura sube hasta el barrio de Aztiria para descender después a Legazpi. En la vieja calzada, cubierta a trozos por el matorral, y ocultas sus piedras por el barro, se han ido quedando a jirones, espantadas por los tendidos eléctricos, los hilos telefónicos, y los humos de los tubos de escape de los motores de explosión, los restos de antiguas historias, leyendas, cuentos y creencias, que tenían por personaje a Tártalo, las Lamias, y la Dama de Aketegi, o a soldados y viajeros muertos y enterrados junto a los caminos. De su desgracia no queda más recuerdo que las estelas discoidales clavadas en la tierra y cubiertas casi por la maleza.
La iglesia de Santa María de la Asunción se puede considerar entre los templos mejor cuidados y de mayor interés de nuestro territorio. De su interior merece destacarse la pila bautismal, magnífica pieza de estilo gótico, tallada en piedra, y con representaciones astrales más lamidas y desarrolladas que los símbolos románicos en los que tuvieron su origen. Un sepulcro gótico, una interesante aguabenditera y, sobre todo, un precioso Cristo románico que se encuentra en uno de los muros laterales, completan el interés de esta parroquia. En el centro de la villa, pegada a la plaza, junto a un pozo seco, la casa-torre Jauregi se esfuerza para tenerse en pie. Cegado el antiguo foso desde que en la Edad Media la desmocharon a la altura de la clave de la puerta para que no volviera a servir de guarida de "banderizos", ha sabido mantener su dignidad en sus paredes de recia mampostería de arenisca. Mientras, el ladrillo rojo macizo y el entramado de madera, vertical y oblicuo, según el lugar, sustituyeron a la mampostería, y los ventanales abiertos o los cortos balcones, borraron a las ventanas ojivales o a las estrechas y negras aspilleras.
Restaurada acertadamente la ermita de San Blas. Restaurada la antigua casa cural. Colocado en medio de la plaza un nuevo árbol, una artía, símbolo de la villa. En vías de montarse un museo local. Remozado el edificio de la Udal-etxea, de la venta, y transformada en museo la vieja cárcel local, últimamente se ha restaurado también el interesantísimo museo y serrería de Larraondo. Zerain se renueva, y demuestra que el hombre, si se lo propone, con independencia de la lucha diaria por la vida, puede vivir poéticamente.