En la muga con Bizkaia, perdido en el corazón del macizo de Arno, valle de cuenca cerrada, las tierras de Olatz guardan los últimos secretos de los viejos caminos hacia Ondárroa y Markina. Como las errekas no salen directamente al mar, ni salvan las barranqueras para unirse a las corrientes del Artibai o del Deba, y morir en el Cantábrico, sus aguas se sumergen en profundas simas donde la tradición popular nos dicen habitan las sorgiñas, y en cuyas profundidades se cuenta se escucha el golpe de las olas de la mar.
Para dar idea de lo apartado de esta barriada de Mutriku bastará citar estas líneas de Sebastián Insausti, en su libro "Las parroquias de Guipúzcoa" (año 1862), dice así: "Se establecerá una ayuda parroquial en el barrio de Olas... servirá de iglesia coadjutriz la ermita que hoy existe en el citado barrio con la advocación de San Isidro Labrador, haciendo en ella las obras necesarias para el efecto, y construyendo junto a ella la casa habitación para su coadjutor".
Para llegar a Olatz la carretera asciende serpenteante entre espesos pinares. A los lados, rota en mil pedazos, se ve la vieja calzada de Mutriku. Desde el portillo que le da entrada, el valle de Olatz nos descubre sus caminos sostenidos por muros de caliza, sus praderíos intensamente verdes, los maizales que ya comienzan a amarillear, y sus barrancos de rocas calizas, donde crecen los arces, los fresnos, los castaños, los robles y los olmos. Hacia el collado de Ame¡, el ancho camino se deja adornar de tiesos nogales. De esa geografía tortuosa, salvaje y quebrada, dejó escrito Santiago Aizarna un curioso relato de bandidaje en su libro "Crímenes truculentos en el País Vasco", relato en el que se narran las andanzas por estas montañas del famoso bandolero Joaquín de Iturbe.
Me dijeron que en el barrio de Olatz ya no quedan más de catorce caseríos habitados, de los veintitrés que cita Agustín de Zubizaray en su monografía de Motrico. De ser cierta la cifra, me parece verdaderamente alta la tasa de abandonos, y podríamos ver en ello la crisis que alcanza a nuestra casa rural.
Diseminados en el cerrado valle, unos más altos que otros se ven los caseríos Aitze-txeberri, Aportatei-zulo, Aritzaga, Ube, Isasi, Patei-zarra...
La parte alta del valle está dividida por el monte Basarte, y según de qué ladera se trate la llaman Olatz-goixa y Olatz-beia. Hacia el norte, el monte Miruaitz cierra el paso hacia los portillos de Arnoate. Camino de Arno, el caserío Urreistieta muestra sobre la puerta el viejo escudo de la casona. Es posiblemente el único vestigio que se ha conservado de una obra anterior, cuando se arregló el caserío en 1962.
Ya no nos quedan más que las sendas de Amo. En sus portillos estratégicos, olvidadas, han quedado las centenarias y misteriosas estelas, entre ellas la de Ameikutz y la de Esatekolepoa. ¿Son los últimos recuerdos de los tiempos del bandidaje? ¿Son los últimos recuerdos de los caminantes perdidos entre la tempestad de nieve? Nadie lo sabe. Pero lo cierto es que están ahí.