Restauración y resurgimiento
Se podría resumir toda la historia de Arantzazu, la historia de sus continuas destrucciones y de sus "vueltas a construir con más empeño", como el acto de afirmación y de fe de un pueblo que se resiste a olvidar una de las dimensiones más profundas del ser humano, la religiosa. El escritor Javier Garrido asegura en su obra "Arantzazu", al tratar de sus incendios y reconstrucciones, que quizá sea éste su capítulo más bello: la fe de un pueblo que hace resurgir de las cenizas los símbolos de su esperanza.
Arantzazu ha resurgido, sobre todo en los dos últimos siglos, por ser el símbolo de la religiosidad popular, y así lo han entendido las nuevas generaciones que plantearon renovación y vanguardia, siempre sobre los cimientos sólidos de la tradición humana en conexión con la fe cristiana.
Arantzazu, a pesar de la exclaustración, nunca estuvo totalmente abandonada. Según Villasante, a título de capellanes del Santuario, y en hábito de curas, sin formar Comunidad, vivían aquí varios religiosos exclaustrados. Serán ellos quienes en 1845 comiencen la reconstrucción del templo, pobre y humilde por necesidades económicas, y lo acaben en el plazo de un año. El 19 de noviembre de 1846 es devuelta la imagen de Oñate al Santuario tras haber permanecido en la villa doce años.
Será también el capellán exclaustrado azcoitiarra Fr. José Esteban Epelde, quien enterado de las gestiones de los Capuchinos para instalarse en Arantzazu, logre del Gobierno en 1878 la autorización para la fundación de una
Comunidad, así como quien construirá la carretera mediante suscripción pública. Ya antes, en 1859, se habían instalado los franciscanos en Bermeo, y poco después lo harían en Zarautz. Será también el P. Epelde quien volverá a recuperar la tradición de las peregrinaciones tras la creación de la nueva Diócesis de Vitoria y quien mandará escribir al Catedrático de la Universidad de Oñate, D. Julián Pastor y Rodríguez, una Historia documentada y crítica de la Virgen de Arantzazu, que se editó en Madrid en 1880. El P. Epelde será por último el promotor y alma de las Fiestas de la Coronación de la imagen celebradas en junio de 1886, el mismo año que sería coronada la de Montserrat. D. Mariano Miguel Gómez, Obispo de Vitoria, coronaría a la Madre y a su hijo ante una gran multitud de fieles que acudieron en peregrinación. Concursos literarios y juegos florales, composiciones musicales e himnos cuajaron en repertorios que aún hoy día están vivos como el que ofrecemos:
Salve María del sacro Espino,
luz del camino del mortal,
a la morada celestial,
a la morada celestial.
1. Eres, oh Virgen encantadora,
fiel protectora, dulce imán
de la Vasconia que en ti confía
en su alegría, en su afán.
Siempre te aclama, Madre querida,
luz desprendida del Edén.
Siempre te aclama pura y clemente,
próvida fuente de su bien,
próvida fuente de su bien.
2.Tú de los cielos faro esplendente,
Madre clemente del Señor,
Al pueblo vasco fuiste enviada
Prenda sagrada de su amor.
Tú de los vascos, Madre amorosa,
La fe ardorosa guardarás,
Tú de los vascos siempre el destino
Desde ese espino guiarás
Letra de J. J. de Arana.
Melodía de M. Letamendía.
El alavés P. Elías Martínez de Zuazo dará un notable impulso a las obras del Santuario. Construcción de la actual Casa de Ejercicios, de la Hospedería, y la traída de aguas a través de un canal desde el río Arantzazu, serán sus principales proyectos y plasmaciones en Arantzazu. También se debe a este fraile la proclamación de la Virgen de Arantzazu como Patrona de Gipuzkoa. Gracias a sus gestiones, el 9 de septiembre de 1918 se proclamó su Patronazgo tal y como lo plasmó en una magnífica obra histórico-simbolista que se conserva en el Convento, llena de azules y de naranjas suaves, el pintor Elías Salaverría. Don Leopoldo Eijo y Garay era el Obispo de Vitoria y el Marqués de Valdespina el Presidente de la Diputación. Conviene reseñar sin embargo, que ya desde 1738 toda la provincia franciscana de Cantabria reconocía como Patrona suya a la Virgen de Arantzazu, y que ésta ya de hecho ejercía su patrocinio sobre todas las tierras de Euskal Herria y parte de Castilla.
El mismo año de 1918 el pintor alavés Pablo Uranga pintó una serie de cuadros sobre motivos franciscanos relacionados con San Francisco y con la historia del Santuario. Se trata de una pintura rápida, con altibajos, a caballo entre el academicismo y el impresionismo en la que hay que destacar obras como: "San Francisco", "Procesión de la Virgen de Aránzazu a Oñate con motivo del cólera. Año 1855", "Cántico al hermano Sol", "S. Francisco enviando a los frailes a predicar" y "D. Antonio de Oquendo en la Batalla de Fernambuco. Año 1631 ".
Mención especial merece, al decir de cronistas e historiadores, en el resurgimiento de Arantzazu la singular figura del P. Lizarralde (1884-1935), quien tras una grave enfermedad de tuberculosis en 1915 y su recuperación posterior, cumplió con la promesa de escribir la Historia de la Virgen de Arantzazu y la de la Universidad de Oñate, así como sus ya clásicas obras de la Andra Mari de Gipuzkoa (1926) y la Andra Mari de Vizcaya (1934), dejando inconclusa la parte de Alava. El P. Lizarralde fue también el fundador y primer director de la revista "Arantzazu", así como el creador de su imprenta y el diseñador de su primer escudo "In splendore ortus tui", que el P. Elías Martínez cambió por el legendario "Arantzan zu?" que en él figura. También fue el constructor y primer capellán de la ermita de Urbía construida para los pastores y montañeros.