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domingo 5 mayo 2024




Bertan > Corsarios y piratas > Versión en español: Siglo XVI

S. XVI

El siglo XVI en nuestra historia está dominado por los conflictos que por motivos políticos y religiosos enfrentan a España con Francia y con Inglaterra, siendo frecuentes así las sucesivas guerras y paces que Carlos V y Felipe II entablan con esos dos reinos, y cuyo escenario será en ocasiones el mar.

Los corsarios vascos, por tanto, no serán ajenos a estos vaivenes, sino protagonistas directos en ellos, unas veces gracias a las patentes reales y otras actuando por su cuenta.

En líneas generales podemos considerar el siglo XVI como el primer siglo donde los corsarios vascos comienzan a actuar reglamentados y donde son numerosos los testimonios.
Cañón.
68. Cañón. © Joseba Urretabizkaia
Plano del puerto de La Rochelle. Antonio Lafreri (1580).
69. Plano del puerto de La Rochelle. Antonio Lafreri (1580). © Joseba Urretabizkaia

Dos precedentes

Excepción hecha de un tal Antón de Garay, primer corsario del que tenemos noticia. Vizcaino de finales del siglo XV, se inició en el corso en el Atlántico, para luego continuar pirateando por las costas del Nuevo Mundo y por pirata, morir ajusticiado. En Gipuzkoa, el donostiarra Juan Martinez de Elduayen en 1480 hacía lo propio. Se apoderó de tres pinazas hondarribitarras que llevaban mercaderías francesas, lo que había hecho "so color de ciertas cartas de marca y represarias que dis que teníades desde en tiempo de la guerra". Los Reyes Católicos le advirtieron que ésta hacía tiempo que había concluido. Luego atacó a una nave bilbaína a la altura de San Sebastián, con la ayuda de sus familiares. Esto le valió otra reprimenda de los reyes, quienes le quitaron las presas y le hicieron firmar una obligación de unos cuantos maravedies.
Kheyr-al-Din, más conocido como Barbarroja.
70. Kheyr-al-Din, más conocido como Barbarroja, continuó las correrías de su hermano conocido por el mismo nombre. Corsario aliado al sultán turco Solimán, hizo presos a muchos marinos guipuzcoanos que tuvieron que pagar rescate por su libertad. © Joseba Urretabizkaia
De vuelta a San Sebastián.
71. De vuelta a San Sebastián.
© Joseba Urretabizkaia

El enemigo francés

Volviendo al tiempo que nos ocupa, en los primeros años del siglo XVI Francia ya utilizaba el corso como un arma de primer orden en su rivalidad con España. Los corsarios y piratas de La Rochelle comienzan a darse a conocer en este siglo entre los marinos vascos, siendo el preludio de la fama que alcanzarán en el siguiente. Así, el capitán Martín de Iribas tuvo que atacar al afamado corsario rochellense Juan Florín (que se había apoderado del tesoro que Hernán Cortés enviaba desde México a España) apresando a sus hombres a quienes luego llevó a Cádiz.

El corso vasco se inaugura en este siglo en 1528, cuando la Corona española declaró la guerra a Francia e Inglaterra y apremió a Gipuzkoa para que armara cuanto antes sus marinos en corso.

En la ría de Bilbao, los corsarios franceses e ingleses, en virtud de esta guerra, llegaron en algunos períodos a interceptar su comercio y navegarción. Como en 1536, cuando los cónsules de Bilbao enviaron una carta al magistrado de Brujas solicitando algunas piezas de artillería, precaución a costa de los corsarios franceses. Los corsarios de Laburdi fueron los más importantes del País Vasco, operando en todas las aguas con o sin permisos, llegando a penetrar muchas veces en el terreno de la piratería. Famosos corsarios vascofranceses en este siglo fueron Duconte, Harismendi y Dolabarantz.

Efectivamente, se armaron los gipuzkoanos y prendieron tantas naves francesas que los de Laburdi solicitaron volver a las antiguas relaciones de amistad y se firmó una concordia entre las dos partes vecinas en Hendaya en 1536, fijando una advertencia muy pragmática, según la cual se comprometieron ambos bandos a que, si sus reyes se declaraban la guerra, aquellos de ellos a quienes primero llegase la orden de guerra o de licencia de corso deberían apresurarse a notificar a la parte vecina lo que podían hacer.

En estas guerras con España, Francia se alió con los turcos quienes en este momento habían consolidado un gran imperio, gozando de prestigio y ansias de expansión, que se plasmaron en el control del tráfico comercial en el Mediterráneo y la supremacía naval. Uno de los caudillos y piratas turcos era Barbarroja, quien merced a la alianza con Francia, atacó las costas españolas en 1530. Hubo cautivos gipuzkoanos de los turcos como un marino debarra, a quien en 1533 hubo que rescatarle del poder de Barbarroja, a lo que contribuyó su villa natal aportando capital.

Ese acuerdo de mutuo respeto firmado entre vecinos, se rompería años más tarde, cuando en 1553, Felipe II, que todavía no era rey, recomendó a los armadores donostiarras que salieran a dar caza a unos navíos corsarios de Laburdi que, tras robar en las Antillas, regresaban a casa. Sin embargo, en virtud de este permiso, los armadores continuaron atacando a las naos francesas, y aquellas que traían bastimentos a Gipuzkoa, viéndose atacadas, dejaron de proveer
Grabado del año 1650 de la bahía de Ziburu y Donibane Lohitzun.
72. Grabado del año 1650 de la bahía de Ziburu y Donibane Lohitzun. © Joseba Urretabizkaia
Ajusticiamiento del pirata bayonés Saubat de Gaston junto a la catedral de Baiona.
73. Ajusticiamiento del pirata bayonés Saubat de Gaston junto a la catedral de Baiona. (Dibujo de P. Tillac). © Joseba Urretabizkaia

Cuatro corsarios donostiarras

En 1554 cuatro capitanes corsarios donostiarras se internaron en varios canales y ríos de Francia, apresando navíos mercantes y llevando a los presidios de la provincia a los corsarios enemigos.

De estos cuatro corsarios, Martín de Cardel, capitán y aguador, penetró en el interior del canal de Burdeos con seis navíos y se dedicó a asaltar y robar las poblaciones del entorno. Se trajo a Donostia cuarenta y dos grandes naos francesas llenas de artillería y mercaderías. Domingo de Albistur se apoderó de nueve grandes embarcaciones francesas que venían de Terranova, cargadas de bacalao y armadas, poniendo previamente en fuga a los dos navíos de guerra que tanían la misión de custodiarlas. Además, junto a Pablo de Aramburu, se apoderó de cuarenta y nueve navíos franceses con bacalao y cañones. Y Domingo de Iturain fue de todos los cuatro, quizás, el más célebre. Como el citado Garay vizcaino, comenzó por apresar con su pequeño barco a otro mayor y mejor armado, con el que luego se especializó en robar a los navíos británicos que pescaban en Terranova, haciéndose con la pesca de éstos.

Y así continuaron los ataques de los corsarios vascos, hasta que en 1559, se firmó la paz con Francia, y de esta manera, se estableció también la paz entre los corsarios
Amarras.
74. Amarras. © Joseba Urretabizkaia
Islas Cuba y La Española
76. Islas Cuba y La Española, La Habana, San Juan y Margarita. Gerardus Mercator (1610).
© Joseba Urretabizkaia

Piratería y corso vascofrancés

Durante la segunda mitad del siglo el corso vasco-francés se destaca por varios hechos.

En primer lugar y por estos años, la piratería vascofrancesa, se asienta sobre una base sistemática y firme, mediante una serie de rigurosas reglas. Se hará patente también a partir de aquí, la pasividad de los jueces.

En segundo lugar, es notorio el juego sucio que los franceses infringen a los guipuzcoanos, habiendo firmado ambos reinos la paz.

Destacan en este sentido los corsarios de Donibane Lohitzun y Ziburu, quienes en torno a 1560 comenzaban a molestar a las naves guipuzcoanas en los puertos de Terranova y las expulsaban de allí sin dejarles hacer su pesquería; ya en 1559 un escritor había dicho de los habitantes de Donibane Lohitzun, que fueron tratados siempre con consideración por los reyes de Francia, porque "sus habitantes son muy belicosos especialmente en la mar". Por ejemplo el pirata y mercader de la mar de Biarritz Saubat de Gaston, que en 1575 abordó en alta mar unas embarcaciones y luego las desvalijó en la desembocadura del Adour. Y otros dos piratas, un tal capitán Bardin ayudado por un tal Motxi, quienes haciendo honor a su condición de piratas se dedicaron también a saquear a los súbditos de su rey.

La impasibilidad del Almirantazgo francés ante tales hechos llevó al monarca francés a tomar cartas en el asunto, y ordenó que los permisos se concedieran previo pago de fianza, y que las capturas fueran discutidas en el Almirantazgo.

El enemigo inglés

Pero Francia no fue el único enemigo de España. Como ya hemos visto, el permiso para armarse en corso de 1528 atañía así mismo al enemigo inglés, al que también se declaró la guerra.

Contra los británicos y en tiempos de guerra, aparte del citado Iturain, fueron Antón de Iribertegui, de Getaria, que en Escoia ocupó un navío inglés, y el oriotarra Urbieta, que llegado a Londres como tripulante de un mercante, se apoderó de un navío inglés, mató a la tripulación y lo vendió, teniendo que huir de la justicia.

Inglaterra abrió además una brecha en otro frente. La piratería inglesa se incrementó al subir al trono Isabel I, con la que España entra de nuevo en guerra. Se produce así el enfrentamiento marítimo y el apoyo inglés a los piratas que atacan la flota de la plata de las Indias, donde destacarán el pirata inglés Drake y Hawkins que fueron los primeros en llevar la lucha pirática a los emporios americanos.

Los oficiales guipuzcoanos y de la Corona nos han dejado relatos vivos de las actuaciones de estos piratas, como la que sufrió Martín de Olazabal, comandante de una numerosa flota que salió de La Habana para España, con nueve galeones de tesoros y cerca de sesenta navíos en convoy, y que fue atacado por los ingleses.

El siglo habría de cerrarse con la quiebra del poderío español en el mar, por la derrota de la Armada Invencible a manos de Inglaterra, y lo que esto atañía a los vascos. Una de las flotas más poderosas del siglo XVI sucumbía frente a la supremacía naval inglesa.

Incluso en tiempos difíciles para los nuestros, la enemistad con Inglaterra no se dejó a un lado, pues el siglo terminó también con una epidemia de peste en la provincia de Gipuzkoa, que dio pie a los de La Rochelle para, saliendo a corso, llegar a los puertos guipuzcoanos, robar y llevarse las mercancías y hasta a los pescadores. Todo lo cual fue suficiente para que las autoridades solicitasen que se dejara libremente llegar hasta Gipuzkoa naos de todas las naciones, excepto inglesas, para abastecerla con sus productos: "para que todas las naciones (excepto inglesas) pudiesen libremente navegar y traer en sus naos la cantidad de ceveras para el sustento de la gente y, como cada día crece el precio y aún con él por dinero no se halla para que comer, si dejase de acudir de Francia podría redundar notable daño por la mucha hambre".
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